La mujer de la arena by Kôbô Abe

La mujer de la arena by Kôbô Abe

autor:Kôbô Abe [Abe, Kôbô]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T05:00:00+00:00


XX

SU rostro estaba tieso, como almidonado; su respiración era un huracán, y su saliva tenía un gusto seco, a azúcar quemado… ¡Qué pérdida de energía! Todo un vaso de agua se le había evaporado en sudor. La mujer se levantó lentamente, inclinando el rostro; tenía la cabeza cubierta de arena a la altura de los ojos del hombre. Se sonó la nariz con los dedos, y a cambio de papel, recogió un poco de arena para frotar sus manos. El pantalón fue resbalando desde su cadera encorvada.

El hombre apartó la vista, molesto. Aunque no sería correcto decir que sólo estaba fastidiado; una rara sensación, diferente a la sequedad, permanecía en la punta de su lengua. Había sentido el vigor en su miembro aunque fuera por un instante y sin el artefacto de goma, antes de que lo frustraran las estúpidas palabras de la mujer. Aún guardaba algo de ese calor. Llamar a esto una revelación podía ser exagerado, pero merecía su atención por el momento.

No se consideraba un degenerado, pero no estaba dispuesto a conformarse con la sola violación espiritual. Era igual que comer una tapioca sin sal. La violación espiritual encierra la imposibilidad de herir a la mujer sin herirse a sí mismo. Y por si eso no bastara, ¿por qué demonios tenía que contraer una imaginaria enfermedad venérea? Eso era como llover sobre mojado, ser insultado tras ser golpeado. ¿Será cierto que las glándulas de una mujer son tan débiles que sangran sólo con que un hombre la mire?

Presentía vagamente que había dos clases de deseo sexual. Por ejemplo, según Círculo de Möbius, cuando se trata de cortejar a una mujer, siempre se empieza con lecciones sobre el gusto y la nutrición… Esto es, antes de tratar directamente el sexo. La comida existe en términos generales para un hambriento, y allí no cuenta el gusto de la carne de Kobe o de las ostras de Hiroshima; sólo después de llenar el estómago, uno empieza a discernir sobre las diferencias en los sabores particulares de cada una de las cosas. Lo mismo ocurre con el deseo sexual, que aparece primero como un deseo sexual y luego da lugar a los gustos sexuales particularizados. Tampoco se puede discutir el sexo en términos generales; depende del momento y del lugar… A veces se necesita una dosis de vitaminas… A veces un bol de arroz con anguila. Era una teoría muy bien sistematizada, pero desgraciadamente ninguna de sus amigas había mostrado disposición para experimentar con el deseo sexual generalizado o algún otro en particular. Y era natural; ningún hombre o mujer puede ser seducido sólo por una teoría. Hasta el ingenuo Círculo de Möbius, a pesar de saberlo, seguramente seguía tocando timbres de casas vacías, sólo porque no deseaba cometer la violación espiritual.

Obviamente, él tampoco era tan romántico como para soñar con relaciones sexuales puras. Eso se puede hacer cuando uno está ante la muerte… Así como el bambú produce semillas cuando está por secarse… O el ratón hambriento va de un



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